Supongo que la mayoría de las personas debemos llegar a un punto en el que tocamos fondo. En el que vemos que ya no hay camino, en el que vemos que obligatoriamente nos tenemos que detener.
No sé por qué sigo pensando y escribiendo refugiado en el nosotros. Quizás al final de esta entrada se pueda encontrar alguna explicación.
Como digo, supongo que la mayoría de las personas llegan a un punto en el que se dan cuenta de que han tocado fondo. Que si siguen entrarán en la dimensión del no-retorno, y que antes de entrar en esa dimensión, quizás deberían replantearse todo lo que han hecho hasta la fecha, sino como un absoluto fracaso, sí como una mano mal jugada. Hay algunas películas que se contruyen sobre la idea de que podemos reconstruir la historia a partir de los errores, como si en una partida de ajedrez nos permitiesen volver a empezar sabiendo, cada vez mejor, de antemano, cuáles van a ser los movimientos que va a hacer nuestro adversario.
Ah, sí la vida fuese tan sencilla como eso, sí cada uno de nuestros pasos, si cada una de mis decisiones no quedasen selladas para siempre dentro de un contenedor inmutable…
Pero, no, la grandeza de la vida es precisamente la irreversibilidad de nuestros actos, de nuestros caminos, de nuestras decisiones. No quiero ser consciente de ello pero, cada día, estoy enfrentándome al infinito, a lo absoluto, a lo definitivo.
Vale, llegas a ese estadio límite, es más fácil escribir sobre uno mismo en segunda persona, sabes que ese camino es un camino que no te lleva a ninguna parte, no vas a ninguna parte Néstor. Para, Néstor, no vas a ninguna parte. Para.
Y paras. O bueno, no paras exactamente, te encierras, te encierras en casa de tus padres, te encierras una semana, o dos, y te pones a grabar un disco. Te pones a intentar definitivamente ser lo que debes ser, a pesar de que sabes que no vas a poder ser lo que quieres ser. Lo haces, entonces, llevas tus decisiones hasta la última consecuencia. Lo haces…
No, no, no, aún no sé lo suficiente, sigo sin saber, sin conocer el elemento necesario que me permitirá acercarme al entendimiento del funcionamiento de las cosas.
El mundo utópico. El mundo utópico se rompe a base de darle cabezazos de realidad. Al mundo utópico sólo se llega desde la santidad, y dime, quién de todos nosotros puede levantar la mano diciendo que es una santo, ¿quién? Yo, no.
Aquella fue mi primera conclusión: Néstor, no eres un santo, deja de intentar ser un santo, no eres un santo, tus acciones no concuerdan con tus pensamientos.
Era normal, nadie puede haber nacido de las cenizas del rock y convertirse en un santo, qué sentido tiene. Ninguno.
Vale, aquella fue una de las primeras grandes revelaciones: deja de pensar que tu misión es salvar el mundo. Deja de escuchar las voces de José María Vidal Villa, de Serge Latouche, deja de oir la voz de Dolores Juliano. No, no es que fuese el único que escuchase aquellas voces, no, había gente, poca, que también las escuchaba, eramos seres marginales, raros que pensaban, dentro de un mundo en auge económico, que el mundo era una grandísima mierda. Pocos, comparado a hoy, 2012, éramos bastantes pocos, de lo que menos había por allí eran roqueros, normal.
Aquí llega el tema de la peli de Lars Von Trier, Melancholia:
Farla, jolgorio, diversión, en un mundo feliz que se creía el capitalismo como motor de la nueva resurección del ser humano (nadie me hacía caso cuando yo repetía una y otra vez que lo que realmente estábamos experimentando era la resurección de Dios). Yo escribiendo canciones oscuras, tan oscuras y pueriles como las que alguien que cree que debe salvar el mundo puede escribir
Directo al callejón sin salida. Directo al dogmatismo. Si alguien te dice que sabe donde está el bien y el mal, si alguien te dice que sabe la solución, huye, de verdad, solo quiere captarte para que consolides su dogma. Lo sé por experiencia.
Yo he sido un radical dogmático. Yo he sabido cuál era LA VERDAD. Lástima que fuésemos tan pocos, que la gente estuviese tan entusiasmada con meterse farla a 5000 pts el medio gramo. Joder la cantidad de farla que había en aquella época, y no sólo farla, pero bueno, ese es otro tema, o no, o es el mismo.
La cuestión es que era difícil concienciar a la gente con tanta farla de por medio. Podéis imaginar que era una misión imposible.
Oye que había pensado que podrías venir a manifestarte por la pobreza en el mundo, por las políticas del FMI en los países pobres. De risa, lo que te digo, de risa.
Pero, la vida, si tienes suerte se vive en el medio plazo, si tienes mucha en el largo, y muchas veces, y paradógicamente, lo que ayer valía 30 millones, hoy no vale nada (sí, es un símil con la especulación urbanística)
Para mí, la gran travesía duró desde 1990 hasta el año 2005.
La partida de ajedrez empezó en 1990, cuando entré en la Universidad y terminó aquel día que llegué lesionado a casa de mis padres. 15 años. 3 planes quinquenales. Todo un camino que iba a tener que volver a empezar.
Si vas por una camino y finalmente llegas ante un muro, si quieres seguir, has de ponerte a rascar. O bien el muro, o bien un agujero bajo tus pies.
En casa de mis padres me puse a rascar el muro. Conforme iba haciendo el agujero más y más grande, más y más rápido se iba desvaneciendo todo el andamiaje ideológico que me había construido en 15 años. Un andamiaje, por otra parte, sólido en la parte teórica, pero, increíblemente débil en el aspecto práctico.
Sí, como seres humanos tenemos muchas responsabilidades. Es cierto. Si queremos seguir considerándonos como seres especiales que tienden hacia el bien. Pero, la realidad, que es aplastante frente a las teorías, es que el ser humano es tan jodidamente complicado que sobrepasa cualquier tipo de teorización. Por eso los dogmas están para ser reventados.
Bien, ahí están las fotos de mi yo dogmático languideciendo. Entré en casa de mis padres lesionado, creo que me había hecho daño en los tobillos, o quizás fuesen las rodillas, no logro recordarlo. Tampoco recuerdo si había acabado de fumar o si estaba a punto de hacerlo. Es bastante probable que no fumase. No, no fumaba, por eso estaba lesionado. Había engordado 10 kilos y tras 10 años sin hacer deporte decidí que me tenía que deshacer del sobrepeso yendo en bicicleta a trabajar. A las dos semanas no podía ni andar. Los empeines se me habían fundido.
Quizás fuese el año 2005. Ya hacía un tiempo que había leído Voyage au bout de la Nuit, de hecho una de las canciones del álbum De l’amour à l’abîme, que empecé grabar por aquellas fechas, lleva ese título. Pero lo que realmente me llevó a aquel estadio, o más bien una de las cosas que me permitió empezar a comprender el mundo tal y como era y no tal y como yo quería que fuese, fue leer a Houellebecq.
Leer a Houllebecq fue como si mi mayor enemigo me estuviese explicando por qué éramos enemigos. Jesus die for somebody sins but not mine.
Nos podemos imaginar un gran coloso cayendo, desmoronándose, podemos imaginar un rascacielos batido en nombre de la libertad destruido en nombre de la otra libertad.
Había otra libertad, habían muchas libertades, José María Vidal Villa, el marxismo es una gran herramienta para comprender el mundo, pero qué mundo, qué mundo…
El verdadero error fue caer en la prepotencia. En la prepotencia de creer que hay una solución y que la clave para solucionar, lo que fuese, la teníamos nosotros, yo.
No, aquel día todo se acabó. No más demagogía barata, no más cánticos simplistas y pueriles. Los laberintos de la mente del ser humano no pueden, no deben permitirse el lujo de ser juzgados tan superfluamente.
Como podéis ver en las fotos acondicioné el cuarto trastero de mis padres y lo convertí en un estudio de grabación. Con algunos ahorros compré una batería y algo de equipo. Aún así, ni tan siquiera tenía una buena guitarra, mi dogma siempre me había dictado que el mensaje de la música siempre estaría por encima del material técnico (guitarras incluidas). De las características técnicas del equipo.
Pasé unas semanas, no sé cuánto tiempo exactamente, conviviendo con mis padres, también los podéis ver en las fotos. A pesar de mi aspecto, nunca me dijeron nada, nunca me preguntaron: ¿te pasa algo? Yo se lo agradecí. En realidad ni tan siquiera yo sabía qué era lo que me estaba pasando. Me veían encerrarme en el estudio improvisado y escuchaban como grababa canciones, especialmente por la noche, cuando ellos estaban en la cama.
Estaba rascando la pared, tenía que llegar al otro lado. Hubiese sido un momento perfecto para cavar un hoyo, pero me dediqué a rascar la pared.
Hay que rascar mucho para desprenderse de todo aquello que nos puede permitir cambiar. Y cuando digo mucho, es mucho. No es sencillo enfrentarse cara a cara a todo aquello que ha fracasado. Todo aquello que ha fracasado porque no nos ha llevado allí donde creíamos que nos iba a llevar. No sé cómo nos podemos permitir construir vidas sobre ideas tan poco consistentes. No lo sé, y doy gracias por la posibilidad de la revelación.
La revelación no llegó de repente, pero digamos que nació aquellas semanas que viví en casa de mis padres, aquellas semanas que me encerré a grabar canciones, a componer el embrión del que sería mi disco De l’amour à l’abîme.
Cuando en vez de cavar un agujero encuentras la motivación para rascar el muro, siempre queda una esperanza. Esto es fácil decirlo a posteriori, en realidad, en aquel momento no sabía si estaba cavando un agujero o rascando una pared para derribarla. En cualquier caso, te das cuenta de que estás rascando una pared porque no estás totalmente desconectado del mundo. Aún existen las personas y el mundo exterior. Y mientras esto exista, existe la posibilidad de la resurección. De la reinvención.
Componía canciones, las grababa, quizás estuviese preparando algún concierto. Estaba en casa de mis padres y me acostaba siempre tarde con una idea nueva en la cabeza.
Después de Houllebecq llegarón muchas más cosas, muchas más películas, muchos más libros, muchos más cómics, mucho más teatro y mucho menos dogmatismo, cada vez menos, cada vez menos dogmatismo y cada vez más escepticismo.
No digo que no esté bien estudiar el mundo, su funcionamiento, su complejidad histórico-social. Creo que todo esto es necesario para la formación como ser humano, pero, más importante que esto es saber que lo que haces lo estás haciendo porque realmente lo llevas dentro, y no por un sentimiento de culpa que te impide ser lo crees que debes ser porque no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú, no.
Fue tan importante empezar a desprenderme de la culpa, fue tan importante para poder seguir viviendo sin cargar con el peso del sufrimiento del mundo sobre mis hombros. Fue tan importante darme cuenta de que no había nacido para ser un martir, para ser un mesías, para ser un santo, para ser un ejemplo a seguir… Fue tan importante deshacerme del remordimiento.
No mirad, mi relación con la música, vino de la mano del rock, y se produjo porque todo aquello me hacía sentir especial, diferente, y eso me molaba. Toda esta teorización dogmática vino después. Una cosa me llevó a la otra y pretendí explicar situaciones concretas con instrumentos equivocados.
Sin duda, ahora, visto en la distancia, lo mejor que me pudo pasar fue desligarme de todo aquello que me aplastaba, me ahogaba.
Y fue allí en casa de mis padres. Llevaba meses sin cortarme la barba, el pelo, ni te cuento. Viendo las fotos se puede entender mi nulo interés actual por dejarme algo de barba. No, amo el afeitado apurado. Fue allí en casa de mis padres, encerrado en aquel estudio casero, hasta las tres o las cuatro de la mañana, donde, de la misma manera que todo se desmoronó, algo nuevo empezó a nacer. Algo basado, de una manera inconsciente, en algo tan sencillo como ver la vida, enfrentarme a ella desde otro prisma teórico. Una perspectiva más ruda, más cruel, seguramente con menos huecos para la esperanza, pero al mismo tiempo con muchas más herramientas para comprender de verdad lo que estaba sucediendo a mi alrededor. Y no solo en el ámbito social, sino también en el área de la psicología humana y cotidiana.
En aquel cuarto, rodeado de instrumentos sin marca tuve que destruir el dogma para enfrentarme a la otra verdad indivual y colectiva.
Después todo se aceleró y todo aquello que hacía me afianzaba en la nueva dirección. No había ya vuelta atrás. Me había desprendido del fardo, del abrigo, del peso.
No estaba en un sitio ni mejor ni peor, pero estaba en un sitio que se correspondía, de una manera más real, con lo que yo era como persona. Con lo que el mundo y la gente era. Podía cmprender un más amplio abanico de comportamientos tanto individuales como colectivos.
Ahora, digamos que el proceso de reconversión ha llegado a otro punto de consolidación. En estos momentos estoy viajando a velocidad de crucero. Estoy atravesando un gran océano que ya una vez acabe, si tengo posibilidad de vivir en el largo plazo, me llevará a la senitud.
En este nuevo estado hay sitaciones políticas que me vienen grandes, hay movimientos que me llegan a destiempo. Sinceramente, no creo que el mundo esté peor que hace 20 años, el único problema es que todo lo malo está más cerca de nosotros ahora. Pero, cuantitavamente, ya había mucha, mucha gente muriéndose de hambre hace 20 años. Por eso, en ese sentido me siento como en el mal momento y en el mal lugar, como si yo tuviera que explicarle a la gente que hace 20 años ya sufrí por esto, que desde 1990 hasta el 2005 sufrí por esto, y que me sentí muy solo sufriendo por esto, y que ahora, ahora que quizás haya más gente concienciada de lo escabrosa que es la situación socieconómica mundial, no puedo más que sentirme de cuerpo presente, pero de mente ausente.
Como decía Dylan: «El mundo no ha dejado nunca de girar»; y ahora que parece ser que la gente es más consciente del estado real de las cosas, de que la crisis siempre ha estado ahí, pero que ahora está llamando a las puertas de nuestras casas, yo me siento como más optimista ante el futuro de lo que lo he sido nunca (Melancholia). Ligero y sin barba.