César Castells camina bajo la lluvia

César Castells camina bajo la lluvia. Es una lluvia tibia, más propia de un país tropical, aunque mucho menos intensa, fina, no llega a hacer calor pero el ambiente, tras correr, César Castells ha salido a correr bajo la lluvia, es denso.

César Castells camina bajo la lluvia en busca de un local donde comprar un casco para la bici, para llevar bici eléctrica el casco es obligatorio, y un paraguas. Ha probado en un par de tiendas de segunda mano de la calle Masson, sin éxito.

Va vestido para correr: mallas, pantalón corto, camiseta interior, una camiseta de deporte de invierno y el chubasquero. Ha corrido por un camino de tierra que sigue la vía del tren. Camino de ida y vuelta. No más de 40 minutos, no más de 6 ó 7 km.

Para su sorpresa se ha cruzado con algunas personas mientras corría, no muchas, cuatro, quizás cinco. Una de ellas le ha sonreído al pasar como diciendo: solo los guays salimos a correr cuando llueve, solo unos cuantos sabemos que mola mucho.

César Castells no se ha querido dar muchos aires con el comentario mental de la corredora que se ha cruzado ya que estaba en el tramo final del recorrido y empezaban a faltarle las fuerzas. Ha hecho un último esfuerzo para llegar hasta el semáforo que hay al lado de su casa y ha parado el reloj de pulsera: un poco más de 40 minutos de carrera, un poco más de 6 km, un poco más de 6 minutos por km. Lo normal para él. Ahora tendrá que esperar unos días antes de volver a correr para recuperarse de la agresión a su cuerpo que correr supone si no quiere lesionarse de las rodillas, tobillos, pies o de cualquier otra parte del cuerpo que no sabía que existía hasta que de repente, una vez el cuerpo está en reposo, salta la alarma y aparece la lesión.

La técnica de que el cuerpo asimile el esfuerzo físico que le supone correr le ha servido para seguir haciendo footing, más que correr César Castells hace footing. Las veces que ha intentando correr diariamente, como se puede deducir, César Castells se ha lesionado.

Bien, ha quedado claro, a César Castells le va el deporte, el deporte le va a tope, por lo menos es lo que él piensa, que hace deporte a tope. Desde fuera evidentemente, quien lo vea, pensará, seguramente, otra cosa.

Ahora César Castells camina en busca de un local donde comprar un casco para poder llevar bici eléctrica por las calles de Montreal. La bici eléctrica puede ser muy útil para ir por una ciudad como Montréal, que si bien no es San Francisco, tiene un par de desniveles de importancia, sobre todo el que hay para subir a la universidad, que está a los pies de MontRoyal, y el que hay para bajar al centro, a la zona de la Grande Bibliothèque. Si vas desde la universidad hasta la biblioteca nacional del Quebec no necesitas pedalear, ni la bici eléctrica, te dejas caer y llegas hasta la cinemateca, que es lo que ha hecho César Castells, se ha convertido en un rutina, casi todos los días durante las dos últimas semanas.

César Castells no tenía pensado que ir a la cinemateca se fuera a convertir en una rutina pero el martes de su primera semana de estancia, una amiga bibliotecaria le comentó que estaban haciendo un especial de Léa Pool, esa misma tarde, y sin pensarlo dos veces se pasó por allí para ver.

César Castells se encontró con que ese era el día de la presentación del ciclo y que estaba la propia Léa Pool, de la cual sinceramente, él no había oído hablar en la vida, para presentar el ciclo y aquella primera película, Strass Café, de 1980, 62 minutos de poesía visual (proyectable en el Festival La Cabina 😜) que para César Castells fueron reveladores a la hora de ampliar su mirada sobre la ciudad de Montreal.

Léa Pool, al acabar la película comentó que al llegar a Montréal, ella es inmigrante suiza, le había impresionado mucho el estado de “destrucción” de la ciudad, como si hubiera pasado por una guerra. Gran parte de la película, grabada con 6000 dólares de la época, retrata una ciudad postindustrial descadente, semi en ruinas.

César Castells camina por la calle Masson en busca de un local donde comprar un casco para la bici eléctrica y un paraguas. Viene de correr por un camino que hay cerca de su casa, un camino que acompaña las vías del tren, un camino flanqueado por edificios que parecen naves industriales, algunos están en ruinas, otros no. La lluvia empieza a calar su impermeable pero, qué mas da, piensa César Castells, solo es agua, cuando llegue a casa me daré un baño caliente. También piensa que ha sido una suerte dar con ese monográfico sobre la realizadora Léa Pool, cómo, ver sus películas, sobre todo las dos primeras, le ha cambiado la mirada sobre Montréal, otra capa más, otro prisma bajo el cual pasearse mientras escucha música en su móvil. Una ciudad dentro de una ciudad. Una ciudad que aparece o desparece según la mirada.

César Castells anda por el camino que hay cerca de su casa, el que acompaña las vías del tren, lleva puestos los cascos, escucha la música que metió en su móvil para su primer viaje a Canadá, en el 2018. Su casa está en un cruce de caminos de las calles Masson e Iberville. En el chaflán de bajo de su casa hay un karaoke, enfrente un parking y un McDonalds y un gorrión suele venir a posarse sobre la barandilla del balcon, pía mira hacia adentro y reemprende el vuelo. Mientras escucha la música va haciendo fotos a las naves industriales que flanquean el camino. La música convierte el paseo en un videoclip musical, los paseos con banda sonora se convierten en walkmovies, la ciudad se transforma en el escenario de una película musicada por el simple hecho de transitar desde su casa hasta el local al que César Castells se dirige. Un local de conciertos llamado Sala Rossa, en la Casa del Popolo.

César Castells ya estuvo en la Sala Rossa en su anterior visita. Fue a ver el concierto de Le Ren + Eve Parker Finley. Esta vez fue a ver el concierto de La Steppe. Ambos fueron conciertos a los que fue sin tener referencias previas de los grupos. Vio la publi de los conciertos escuchó alguna canción en las plataformas y pensó que valía la pena verlos en directo. En ninguna de las dos ocasiones César Castells salió defraudado de lo que vio y escuchó.

César Castells entra en la Sala Rossa sobre las 20h15, el concierto está anunciado para las 20h30 y no quiere llegar tarde. La Sala Rossa es una sala mítica de la escena independiente de Montreal. Es muy acogedora, suelo y paredes de madera, techos altos, con diseño de luces, una sala amplia en la que igual puedes ver conciertos tanto sentado como de pie, donde pueden llegar a caber unas 300 personas, como mucho.

Tiene el aspecto de un teatro con su caja escénica, un lugar bonito donde grabar conciertos para emitir en directo por televisión (o la red). Buena acústica, la barra detrás del público. En los laterales también hay asientos.

César Castells se sienta en tercera fila, después del festival que se metió el fin de semana antes de venirse a Montreal ha decidido dejar de beber por unos días, a ver si así le es posible regenerar los fluidos y tejidos esenciales para su existencia. Así que, no bebe nada. Espera. Bosteza. Observa a la gente a su alrededor. Intenta identificar a los músicos. Localiza a algunos de ellos, sobre todo al líder que delante de un par de personas con las que está hablando da un doble salto hacia atrás como si fuese un acróbata, sin miedo, sin vergüenza, sin prejuicios, consciente de que él es el centro de atención, deseoso de ser el centro de atención, asumir el liderazgo. Más adelante, durante el concierto, demostrará de sobra su liderazgo.

César Castells camina bajo la lluvia. Busca un local donde comprar un paraguas y un casco para poder subirse a una bici eléctrica sin correr el riesgo de ser multado. Para las bajadas no necesita la bici eléctrica pero, nunca mejor dicho, la salida de la cinemateca se le hace cuesta arriba. De camino a casa, César Castells tiene que subir el desnivel que hay entre el centro de la ciudad y el plateau. Ese desnivel se está convirtiendo en un puerto de montaña peor que el Tourmalet para Perico Delgado… (este lugar común está muy bien traído…). Lo ha subido ya unas cuantas veces y en unas cuantas ha estado a punto de echar el hígado. Necesita una bici eléctrica para subir esa cuesta infernal. Necesita el casco para poder subir a la bici eléctrica pero no lo encuentra. César Castells ha entrado ya en dos casas de empeño para ver si tenían algún casco, pero no. Aunque no quería, acabará yendo a Decathlon.

Enfrente de casa de César Castells, además de un parking y de un McDonalds hay una parada de bus. Por delante de su casa pasa el bus 94, que le lleva hasta las estación de metro de la línea azul, la cuatro. Es un trayecto que hace casi todos los días para ir a la facultad. La Universidad de Montreal. Si en el 2018, cuando visitó por primera vez la red de bibliotecas de Montreal, alguien le hubiese dicho a César Castells que iba acabar haciendo un proyecto de investigación para el departamento de biblioteconomía de la la Escuela de Bibliotecomía y Ciencias de la Información de la Universidad de Montreal, no hubiese sido capaz de creerlo. Pero lo cierto es que aquí está, mañana tras mañana cogiendo el bus y el metro para ir al despacho que le ha cedido su codirectora de tesis.

El año 2018, piensa César Castells, cuánto ha llovido desde que empezó todo esto. Este mes de junio hará cuatro años. Cuatro años de investigación, de reivindicación, de transformación, de transición, de transmutación. César Castells ha mutado, en estos cuatro años se ha estudiado hasta llegar a la médula del asunto, sabía que solo así podría parar, descansar, asimila lo que estaba sucediendo a su alrededor. Ahora, César Castells, ya sabe. Ha tomado conciencia. Conoce el funcionamiento detallado del sistema bibliotecario valenciano, el de su ciudad, el nacional y el de Montreal y algunas de sus ciudades limítrofes: Laval, Brossard, Repentigny (con la visita de esta semana, también la de Longueuil). Su codirectora de tesis le ha comentado que estaría bien empezar una línea de investigación de biblioteconomía internacional comparada, a César Castells la idea le ha parecido perfecta, no hay nada que le guste más a César Castells que salir de las rutinas locales para aprender de lo que se hace en el exterior para después poder aplicar los conocimientos adquiridos en los procedimientos locales. Si por él fuera todo trabajador público debería pasar entre tres y cinco años en el extranjero para conocer otras maneras proceder para poder promocionar. Movilidad laboral, geográfica e interinstitucional. Ampliar las expectativas laboras de los empleados y empleadas públicas.

César Castells camina bajo la lluvia por la calle Masson en busca de un casco para poder utilizar las bicis eléctricas públicas sin correr el riesgo de que le pongan una multa y un paraguas. Pasa por delante de una librería a la que entró la semana pasada. Necesitaba bolis y un cuaderno. César Castells ha traído tres cuadernos, uno para la tesis, de biblioteca tercer espacio e innovación ciudadana, uno para el proyecto de innovación ciudadana, Bibliotecas en transición, y otra para todo tipo de cuestiones literario-poético-reflexivo-narrativas. El cuaderno de innovación ciudadana se le estaba acabando, así que urgía encontrar una papelería donde poder comprar uno. Hay que puntualizar que a César Castells no le vale cualquier cuaderno, puede que esta sea una de las razones por la cual le gusta tanto la novela de Paul Auster La Noche del oráculo, él también piensa que los cuadernos son elementos disparadores de la narración que uno lleva dentro, igual que los bolis que uno utiliza para escribir en esos cuadernos.

César Castells entró en la papelería en busca de un cuaderno y unos bolis, creía que era una papelería pero antes de entrar leyó: librería independiente. Vale, perfecto, pensó César Castells, más razón para entrar. El señor que había tras el mostrador estaba comiendo y no le hizo mucho caso. César Castells sin preguntar buscó la ubicación de los cuadernos, cuando dió con ella preguntó: los cuadernos de páginas den blanco, dónde están. Están en la estantería de bajo, dijo el dueño de la tienda. César Castells se arrodilló y buscó los cuadernos de páginas blancas y sin rayas. No encontró lo que buscaban exactamente pero uno de los cuadernos era fabricación francesa, de tapa roja semiblanda, se acordó de la libreta de tapa azul de fabricación portuguesa del libro de Paul Auster y pensó que aquello era una señal, la llevó hasta el mostrador, buscó unos cuantos bolis y por alguna rázon, antes de pagar decidió echar un vistazo al contenido de esa librería independiente. La excusa que pensó fue la de buscar algún libro de Siri Hustvedt, quien una amiga de València, le había recomendado fervientemente. Buscó entre las estanterías, pero no encontró nada. Finalmente fue al mostrador y preguntó al librero. Éste salió de su mostrador y buscó justo en los estantes en los que César Castells había estado buscando. No encontró nada. Tenía una edición de bosillo, dijo, pero debo haberla vendido. Buscó también entre una selección de escritoras comprometidas que tenía al pie del mostrador a la vez que me dijo quizás este aquí porque escribió el libro La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, ¿no? César Castells asintió. No estaba. Mientras el librero buscaba, César Castells siguió mirando estanterías, hasta que sacó un libro titulado Falaises. La autora Virginie DeChamplain. La edición cuidada, modesta, elegante. La editorial La Peuplade. Subedición: Des Livres Phares. César Castells ya tenía todo lo que buscaba. A llegar al mostrador y dejar el libro, el librero, cambió de actitud, ya había evolucionado bastante desde que entró hasta que César le pidió el libro de Siri, pero con la selección del libro su carácter cambió radicalmente, dijo: ese libro se ha hecho famoso gracias al boca oreja, después de la pandemia todo el mundo venía a pedírmelo, sin grandes campañas publicitarias detrás, solo porque a la gente le gustaba y se lo iban diciendo unos a otros. Qué bien, respondí, pues lo he cogido porque me gusta comprar libros de editoriales independientes, comenté, sí, dijo esta es una editorial independiente que se está abriendo paso, las cosas ahora les van mucho mejor que antes, desde hace diez años, hay pequeñas editoriales que están logrando subsistir, esto antes era impensable. Sí, contestó César Castells, yo tengo algunos amigos libreros en Valencia y están vendiendo ahora más que nunca.

César Castells mira al librero. Es un hombre mayor. El hombre le cuenta que desde la pandemia abre de jueves a domingo, y de 11h a 19h, y que después se queda hasta las 2h o las 3h de la mañana haciendo trabajo de almacén e inventario (el trabajo secreto y real de los libreros, contabilidad libraria), y que lunes, martes y miércoles no quiere saber nada ni de libros ni de nadie, que se dedica al bricolage. Tampoco quiere contratar a nadie. Dice que está cansado de enseñar. César Castells lo mira y no puede dejar de imaginar que el librero le dice lo siguiente: pero sabes qué, estoy empezando a estar cansado, me hago mayor y empiezo a pensar en la retirada, qué haces tú, ¿a qué te dedicas?, ¿no te gustaría ser librero?, la calle Masson es concurrida y tengo hecha una buena clientela fija. No hace falta que sea un traspaso inmediato, a mí, si apareciera la persona adecuada, aún me quedaría un año, año y medio por delante. Tiempo suficiente para que te hagas con los trucos del negocio. ¿Cómo te llamas?, César, me llamo César Castells, yo me llamo Philippe, Philippe Leroux, ¿qué me dices?

César Castells camina bajo la lluvia. Los pasos que da son pesados. Pasos de paquidermo que dejan huellas profundas en el suelo mojado. El peso de sus pasos viene dado por todo lo que ha sucedido en su vida durante los últimos cuatro años. Cuatro años que han sido como un torbellino, que han sido como un cohete disparado hacia un punto fijo: Montreal. Y, ahora, de nuevo, aquí está. Sin embargo todo ha cambiado. Él ha cambiado. Ahora, César Castells, sabe demasiado, conoce demasiado bien su profesión, los profesionales, los usuarios, los políticos, los lobbies etc. En su cabeza existe un exhaustivo mapa del territorio bibliotecario con todos sus agentes y actores participantes, una verdadera visión global y de conjunto del funcionamiento de ese sistema. César Castells está a punto de acabar de dar la pirueta de 180 grados que inició cuando dio el primer salto en el año 2018. Un pirueta que decidió empezar a dar par huir del tedio, la resignación, la desesperanza y el olor a naftalina y a ácaros, de una rutina sin aspiraciones ni ganas de ampliar expectativas.

César Castells piensa en ese dicho que reza así: no hay peor jefe que uno mismo. Vaya que si es cierto, he sido el jefe más exigente que he tenido, piensa César Castells mientras camina bajo la lluvia en busca de un casco ciclista y de una paraguas. Levanta la mirada y ve el cartel de una cadena comercial quebequés donde suele haber de todo: Jean Coutu. Abre la puerta y recibe un flashazo que le deslumbra, con dificultad abre los ojos y apenas puede percibir como se entremezclan imágenes de naves postindustriales semiderruidas, músicos tocando en un sala con paredes y suelo de madera, cuerdas, vientos, que acompañan a un grupo dirigido por un joven prodigio con las uñas pintadas de negro que más que un músico de pop parece un director de orquesta, imágenes de una visita reciente a la biblioteca de Longueuil, una biblioteca construida por una gran arquitecta, con un gran presupuesto, con una voluntad de respetar energéticamente el medio ambiento, una gran biblioteca, un gran contenedor con grandes potencialidades, con necesidades en la formación de su personal para que salga de los despachos y de los mostradores para ir en busca de las necesidades de la comunidad, imágenes y más imágenes que se superponer, de las cataratas del Niágara, de una boda que nunca llego a validarse, de una Casa de la Innovación Social, de asociaciones, colectivos e iniciativas que captan el interés y el movimiento de la sociedad civil, que abren sus puertas para ponerse al servicio de las necesidades y las propuestas de la ciudadanía, imágenes de océanos que han perdido el 70% del plancton, de imágenes de la transición ecológica, de Rusia, blocando a Ucrania como un gato inmoviliza a un ratón, lamiéndolo y diciéndole: cuando todos esos que nos miran se vayan, estaremos solos tú y yo. Solos tú y yo. Imágenes y más imágenes de Léa Pool, de mesas de participación ciudadana, del propio César Castells subido en una bicicleta eléctrica sin casco, dejándose caer por la pendiente del MontRoyal hasta llegar a la BAnQ, imágenes de César Castells entrando en la red Comercial Jean Coutu, César Castells atraviesa ese umbral y oye como una dependienta le dice: qué desea. Quería un casco de bicicleta, responde César Castells, le mujer lo mira extrañada, aquí no tenemos cascos. Y paraguas, ¿tienen paraguas?, sí, en la entrada. César Castells se da la vuelta, quiere ir hacia la entrada a por el paraguas pero ve un stand con envases de jabón de varios colores, se acerca a ellos y coge uno de mango, lo deja por otro azul, de esencias del mar, en la estantería de al lado ve unos secadores de pelo, ve que hay algunos por 20 euros, se acuerda entonces de que no soporta no poder cortarse bien el pelo que le crece en las orejas y en la nariz—desde que leyó en el libro de Bárbara Blasco, Suerte, (¿o fue La memoria del alambre?) la comparación de estos pelos con los de una rata, no puede evitar pensar, cuando se mira en el espejo del cuarto de baño, que pelos de rata le salen de sus orejas y nariz— y que las tijeras que tiene no son suficientes. Vuelve a girarse, pregunta a la dependienta si en la tienda tienen algo para solucionar su problema con los pelos de rata, algo que no sea muy caro, la dependienta le da un aparatejo eléctrico que le solucionará el problema por 9 dolares. Bien, gracias, dice César Castells, que no puede evitar buscar alguna excusa más para comprar algo, lo que sea, y se pasea por los pasillos hasta que finalmente desiste va a la entrada, coge un paraguas y lo paga todo. Quiere bolsa, le pregunta la cajera, no, responde.

César Castells sale a la calle, sigue lloviendo. Aún está sudado. No hace tanto tiempo desde que corrió esos casi 7km en un poco más de 40 minutos. Abre el paraguas, la temperatura ambiental sigue siendo templada, lleva el envase de jabón de esencias del mar en la mano, en el bolsillo la maquinilla eléctrica.

César Castells camina bajo la lluvia, se para en el semáforo que ha delante de su casa, ese cruce de caminos entre las calles Masson e Iberville donde Robert Jonhson bien podría haber vendido su alma al diablo para convertirse en el mejor bluesman de todos los tiempos. El copiloto de un coche que como César Castells espera que el sémaforo cambien de color, se fija en el envase que César lleva en la mano, César mira como mira el envase que lleva cogido de la mano, un envase ovalado, com formad final de botella ancha, que más que un envase de jabón parece el contenedor de un licor exótico, algo que te puede poner muy castaña, el copiloto del coche le guiña el ojo a César Castells, César no entiende muy bien qué está pasando, el copiloto baja la ventanilla, le dice: monte on va faire la fête avec ça (sube vamos a montar un buena fiesta con eso), señalando el envase botella que César Castells lleva en la mano. ¿Esto?, contesta en francés, no, nada de fiesta es jabón, jabón con aroma a sales marinas, me voy a dar un baño bien caliente, voy mojado, hasta la médula, va te faire foutre (que te jodan), le grita el copiloto a la vez que el coche arranca. César Castells observa como el coche desparece, cruza, entra en su casa, enciende el grifo de la bañera, tira un poco del líquido azul, se desnuda y se mete.

2 respuestas to “César Castells camina bajo la lluvia”

  1. Pepa Says:

    Muchas gracias Néstor. Me gusta
    En las fotos un barrio curioso

  2. Dani Says:

    Seguiremos atentos a las salvajadas de ese detective 🙂

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