César Castells vuelve a Montreal

César Castells es un gran investigador, por lo menos eso es lo que el piensa a pesar de la evaluación que ha hecho la revista REDC sobre su artículo, Bibliotecas públicas del siglo XXI, claves para la transición, es más César Castells piensa que es un detective salvaje de la bibliotecas públicas, por eso se ha venido una vez más a Montreal, autofinanciándose esta aventura. En España sigue siendo complicado encontrar dinero para los investigadores independientes universitarios o para los profesionales independientes que quieran seguir formándose y estando al día en sus respectivos campos. (Si algún músico tenía dudas de lo que es ser independiente, aquí hay otra definición, encontrar la manera de pagar lo que uno quiere hacer a pesar de que nadie ponga un euro en tu proyecto).

César Castells piensa que ahora en Montréal es un detective salvaje de las bibliotecas públicas, eso le ayuda a sobrellevar que esta vez el apartamento donde se aloja no sea tan “idílico”—no olvidemos que la última vez César Castells se alojo en un semisótano— como hubiera deseado, un “cuchitril” encima de un karaoke, en el chaflán de un cruce de calles de tráfico concurrido donde Robert Johnson bien podría haber vendido su alma al diablo. Por cierto, ha pagado un pasta por el cuchitril, de su bolsillo. Las grandes investigaciones bibliotecarias no siempre se hacen a gastos pagados por el ministerio de cultura.

Pero no nos pongamos tremendos. César Castells está en otra mood con respecto a la visita del otoño pasado, y es normal que vea las cosas de otra manera. Su vida no es la que era, ahora estamos en primavera, y entremedias, su anterior vida ha saltado por los aires—pero esa es otra historia, para la segunda parte de Un inmenso e infinito continente, que, por cierto, ya tiene título, editoriales, quemad mi teléfono para que os mande un borrador del proyecto literario, estaré ansioso de responderos, quiero decir, César Castells os responderá—.

Y como el estado de ánimo de César Castells es otro con respecto al otoño pasado, la llegada no ha sido tan apoteósica. La llegada ha sido muy normal, muy acorde con una persona que se va a alojar sobre un karaoke en el chaflán de un cruce de calles concurridas de la noche a la mañana y donde Robert Johnson bien podría haber vendido su alma al diablo para ser el mejor bluesman de todos los tiempos.

En realidad César Castells se queja por vicio pero si no se quejase, no habría historia, y la verdad es que César Castells quiere contar su historia, aunque esta sea sesgada, o no sea todo lo verídica que uno podría pensar, es otro de los trucos de la narrativa, quien sino podría leerse Memorias de ultratumba de Chateaubriand, si ese hombre no hubiese sabido novelar su propia vida, y darle emoción, nadie hubiese sido capaz de leerse ese tocho. No se lo hubiese leído, por ejemplo, Paul Auster, que fue el culpable de que César Castells se leyese esos dos malditos tomos un mes que pasó, ya hace mucho tiempo, en Roma.

César Castells se queja por vicio porque no es verdad que se lo vaya a pagar todo de su bolsillo, esta vez ha conseguido entrar en un programa de investigación de la Universidad de Montreal, así que algo de dinero ganará. Aunque César Castells es escéptico y hasta que no vea el dinero ingresado en la cuenta no se creerá nada.

De momento César Castells conserva la esperanza de que va a ser pagado. De la misma manera que conserva la esperanza de que el barrio en el que está no es tan sombrío como aparenta a primera vista.

No ayudó mucho a evitar esta percepción el que la tarde de la llegada a Montreal no tuviera más opción que ir a cenar al McDonalds que hay justo enfrente de su casa. Comida para llevar, por supuesto, quedarse en el “restaurante” hubiese sido demasiado para su cuerpo. Un colofón perfecto en el que casi llevaba 24 horas sin dormir.

Cuando no duermes la percepción de la realidad se distorsiona, no retienes lo que te dicen, pierdes la capacidad de hablar bien, de construir pensamientos y de emitir frases coherentes, te vas adentrando en un mundo irreal, un mundo que es un montaña rusa de sentimientos y sensaciones. Imaginaros a César Castells pidiendo un Cuarto de libra con queso, unas patatas fritas y una coca cola tamaño XL y un café para el desayuno de la mañana siguiente. Imaginároslo.

César Castells llegó sobre las 7h20 de la mañana del domingo 15 de mayo al aeropuertos de Lisboa, en Lisboa las 7h20 se convirtieron en las 6h20. Sin haber dormido, a pesar del diazepan no pudo dormir más allá de media hora, así que el resto del viaje lo pasó haciendo respiraciones y dando cabezadas, cuando miraba por la ventanilla solo veía nubes blancas, como si el avión atravesase un túnel infinito de nubes hasta Lisboa.

Seis horas por delante de espera hasta el siguiente avión era mucho tiempo y César Castells no es de los que se puede dormir en cualquier sitio. Así que se compró un croissant, un café con leche y se sentó en un pasillo cualquiera de la terminal 1 del aeropuerto de Lisboa.

Como tenía que cargar el móvil, buscó la zona de reposo en la que ya estuvo junto a su familia en el 2018. Allí se sentó y se puso a leer el libro de Felip Bens, Toronto. Fue entonces cuando se acordó de que por casualidad había encontrado un iPhone antiguo—llevaba olvidado desde el otoño en la bolsa de la cámara de vídeo—en el que había cargado una selección de música para el viaje del 2018. Al escuchar los primeros temas de War on drugs los recuerdos eran demasiado fuertes como para poder soportarlos así que buscó rápidamente una música que le permitiera mantenerse estable, firme, convencido frente a las decisiones que había tomado, buscó el tipo de música que le hiciera pensar lo menos posible y que afectara lo mínimo a su fibra sensible, tan vulnerable en estos momentos. LCD Sound System y Tricky lo salvaron, más adelante en el avión, rumbo a Montréal, Courtney Barrett, A.C. Newman, Eels, Beyoncé etc. lograron mantener en paz la mente de César Castells. Para despegar, a las 12h20, escucha Great release de LCD Sound System y, para aterrizar, a las 14h20, Prizefighter de Eels.

Para despegar

Para aterrizar

César Castells creía haber llegado a su destino pero aún le faltaban cuatro horas por delante antes de poderse comer el cuarto de libra con queso del McDonalds de enfrente del “apartamento” que iba a habitar, encima de un karaoke, en el chaflán de un cruce de calles hipertransitadas y semiindustriales, donde Robert Johnson bien podría haber vendido su alma al diablo para convertirse en el mayor bluesman de todos los tiempos.

Paul Auster, además de ser quien indujo a César Castells a leerse los dos tomos de Memorias de Ultratumba que Châteaubriand escribió para, entre otras cosas, contar la poca mano política que tuvo María Antonieta. Nunca quiso reunirse con los revolucionarios. Chateaubriand pensaba que si ella hubiese cedido a reunirse con ellos, nunca le hubieran cortado la cabeza.

Supongo que a Paul Auster le gustaba de Chateaubriand lo que a César Castells le gusta de Paul Auster, saber contar una historia, sea cual sea, y atraparte con ella. Además Paul Auster tiene es plus de hacer verosímil lo inverosímil. Eso piensa César Castells mientras come en un restaurante vietnamita cercano a la Universidad de Montréal, tiene que abrirse un cuenta bancaria para poder cobrar y ha aprovechado, una vez ha pedido cita para el miércoles, para comer al sol, en un terraza. Se ha pedido una Sapporo bien fresca para paliar el calor.

Al lado de él hay una terraza vacía. Es otro local que por alguna razón está cerrado. Mientras se come un trozo de rollito imperial, llega una señora mayor en un coche que aparca justo delante del local vacío. Baja y se pasea por esa terraza que tiene un cartel viejo apoyado contra una de las paredes. La señora mira a César Castells y le sonríe, César Castells le devuelve la sonrisa, y César Castells piensa en Paul Auster, piensa en que Paul habría sacado de aquí una historia: César habla con la señora, le pregunta si necesita ayuda, ella le dice que sí, que quiere meter el cartel viejo en el coche, él le dice que le de unos minutos para pagar. César sale del restaurante vietnamita y ayuda a la señor a cargar el cartel viejo en el coche, ella le dice que si puede ayudarle a descargarlo en casa, a lo que él responde que sí.

César Castells se sube al coche de aquella señora, un utilitario más europeo que canadiense. Llegan a una casa que está no muy lejos de allí, una casa, grande, antigua, independiente, como el resto de las casas de este barrio residencial. César ayuda a meter el cartel en el garaje, ella le pregunta qué hace por Montréal, él le explica que es un detective salvaje de las bibliotecas públicas, ella sonríe, eres un romántico, le dice, ¿ganas suficiente dinero con eso?, bueno, responde César, depende de lo que considere ganar dinero, ella le dice: ¿3000 dólares al mes?, no, mucho menos, gano la mitad, !ah¡, entonces deberías trabajar para mí. ¿Cómo?, pregunta César Castells, ella responde, quiero montar un restaurante en ese local donde nos hemos visto, y nada más verte he pensado que tu podrías ayudarme a montarlo todo, ¿qué te parece? Me ayudas, si te pago 3000 dólares al mes?

Así empezaría una historia Paul Auster, piensa César Castells mientras da el último sorbo a su cerveza Sapporo.

César Castells sale del aeropuerto YULMontreál-Trudeau, hace más de dos horas que llegó pero el agente de aduanas le ha dicho que para conseguir el papel que le permitirá cobrar de la Universidad de Montréal tiene que pasar por inmigración. No es lo mismo ir a un país como turista que ir a trabajar. Así que César Castells se tiene que papear dos horas de cola antes de que le atiendan y le den un papel timbrado, que es el permiso que necesita. Los agentes de aduanas tienen bien aprendido su trabajo, saben llevar los tiempos, saben que los que están allí no pueden salir del aeropuerto sin su permiso, son el filtro que permite a las personas entrar o no en el primero mundo. El agente que atiende a César Castells se lo hace saber desde el primer momento, él es el agente, y él, una vez hable César, determinará qué es lo que tiene que darle o no. César Castells se achanta y asiente, no quiere volver a España sin tan siquiera haber salido del aeropuerto.

César Castells y la burocracia. Existe entre ellos una relación de amor/odio, no en vano gracias a la burocracia humana, de cercanía, creativa, ahora mismo puede decir que se ha llevado consigo el carnet de conducir internacional—esta es otra historia que César Castells tendrá que dejar para la novela, solo decir que se enteró de que no lo había solicitado el jueves antes de irse y que el viernes por la mañana consiguió tenerlo todo en orden—.

La narración de César Castells está llegando a su fin por hoy. César Castells puede decir, que él ahora está aquí, y que esté aquí no ha sido un camino sencillo, no solo materialmente—la maleta que le dejó su madre pesaba más de 26 kilos y transportarla desde el aeropuerto al bus, y del bus al metro, y o otra vez del metro al bus y arrástrarla hasta casa lo ha dejado baldado por unos días— sino también mentalmente. A veces el mundo gira más rápido que nosotros y otras nosotros giramos más rápido que el mundo y entrevemos una flor que nace después del cataclismo, en medio de la hecatombe y la destrucción, que nos da esperanza en un fututo posible y mejor, esto es lo que, sin saberlo, piensa César Castells, en medio de una noche de fiesta, una semana antes de volar hacia Montreal, agarrado a un valla metálica, con la mirada fija en el horizonte, lleno de incertidumbre, de miedos y, por qué no, de ilusión.

Una respuesta to “César Castells vuelve a Montreal”

  1. Pepa Osca Says:

    Fantástico texto. Muchas gracias por compartirlo. Espero continuación.
    ¡Ánimo Cesar y mucha suerte!!!

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